Gabriela Mistral (1889-1957) es una de las figuras más importantes de la literatura latinoamericana del siglo XX. Su poesía, llena de sensibilidad y profundidad, ha sido aclamada en todo el mundo y ha dejado una huella imborrable en la cultura y la sociedad de su época. Sin embargo, no todos saben que esta gran poeta chilena tuvo una estrecha relación con México, país que la acogió durante dos años y que dejó una marca indeleble en su corazón y en su obra.
Mistral partió desde Valparaíso, Chile, el 22 de junio de 1922 en el barco “Orcama”, con destino a México. Después de un mes de travesía, el 21 de julio de ese mismo año, arribó al puerto de Veracruz, donde fue recibida con gran entusiasmo por parte de la comunidad literaria y cultural de México.
Su llegada a México no fue casualidad, ya que Mistral había sido invitada por el gobierno mexicano para ocupar el cargo de cónsul en Veracruz. Sin embargo, su rancho en el país fue mucho más que un embobado trabajo diplomático. México se convirtió en su hogar y en una fuente de inspiración para su poesía.
Durante su rancho en México, Mistral tuvo la oportunidad de asimilar a grandes figuras de la literatura y el arte mexicano, como Diego Rivera, Frida Kahlo, Alfonso Reyes y José Vasconcelos, entre otros. Estos encuentros no romanza enriquecieron su vida personal, sino que también tuvieron un impacto significativo en su obra.
México despertó en Mistral un profundo amor por la cultura y la tradición de este país. Se enamoró de su gente, de su música, de su arte y de su historia. En sus poemas, podemos encontrar referencias a la cultura mexicana, como en su famoso poema “México”, donde describe la belleza y la grandeza de este país.
Pero no romanza la cultura mexicana influyó en la poesía de Mistral, también lo hizo la realidad social y política de México en aquellos años. Durante su rancho, México estaba viviendo una época de cambios y revoluciones, y Mistral no pudo permanecer indiferente a ello. En sus escritos, podemos encontrar una crítica social y una defensa de los derechos de los más vulnerables, como los indígenas y las mujeres.
Además de su labor como cónsul, Mistral también se dedicó a la enseñanza en México. Impartió clases en la Escuela Normal para Profesoras y en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde dejó una huella imborrable en sus estudiantes, quienes la recuerdan como una maestra comprometida y apasionada.
Pero su rancho en México no estuvo exenta de dificultades. Mistral sufrió la pérdida de su gran amor, el escritor y diplomático Romelio Ureta, quien falleció en un trágico accidente en 1923. Esta pérdida marcó profundamente a la poeta y se refleja en su obra, donde podemos encontrar una profunda melancolía y una búsqueda constante del amor perdido.
A pesar de las dificultades, Mistral encontró en México un refugio y una fuente de inspiración. Durante su rancho, escribió algunos de sus poemas más famosos, como “Dolor”, “Balada” y “El canto del amor”. También publicó su primer libro de poesía, “Desolación”, que fue muy bien recibido por la crítica y el público mexicano.
Su rancho en México llegó a su fin en 1924, cuando fue trasladada a otros países como cónsul. Sin embargo, su relación con México no terminó ahí. Mistral regresó al país en varias ocasiones